lunes, 15 de abril de 2013

desconexión

Un hombre esperando su bus en el terminal envía un mensaje de texto a su novia, que se queda en Ainilebu. El envío hace mención del trágico hecho de olvidar sus audífonos, artefacto mediante el cual se aislará de otros seres humanos. Extrañamente, vibra el bolsillo del hombre. Saca el celular rosado de su novia, sorprendiéndose sobremanera. Exaltado, envía otro mensaje de texto a su novia, contándole esta gran anécdota, aunque un poco preocupado de partir con ambos aparatos. Cuando la mano que sostenía el artilugio rosado comenzó a vibrar nuevamente, un terror insostenible e inidentificable lo absorbió por completo. Se provocaron ciertas evocaciones en su memoria, reminiscencias ancestrales, angustias perversas heredadas con su amenaza de permanencia. La soledad, la terrible soledad del abandono, la cruel desconexión a las redes la colapsará, piensa el hombre. Qué dios maligno pudo imaginar un tormento como este, desquiciada expulsión de la colectividad y del binomio con él. Además, sin merecerlo, sólo por jugar amorosamente, introducir la mano del otro en los bolsillos del otro y viceversa, entregarse tan plenamente al placer como para traspasar el celular al otro, prácticamente prestándose la vida en un recreo dulce y frágil, sabiéndose protegido por la confianza mutua. Y ahora, por error, ese amor es Satán, es perderse en un viaje que se inicia desprovisto de certezas para la pareja. No se atreve a subir y el bus se va junto a su obligación de asistir al trabajo que lo requería en el norte. Corre a casa.

Luego de colocar, sin que él se percatara, su celular en el bolsillo del abrigo de él, lo despidió amorosamente. Sus labios fueron húmedos, generosos, y se lo permitieron porque se sabían despedida, se concedieron un deslizamiento y ondulación sincronizada con la otra boca, de un modo puro y final. Apenas el hombre cerró la puerta, ella comenzó los preparativos: mochila, cartera y la caja especial para llevarse a Tuit, el gato de ambos. Ya no queda nada para ella en este lugar, lo que comenzó como comunión se anegó, empantanándose y dejando solo islas pestilentes en el territorio circundante. Incapaz de mantener el contacto un día más, puso en silencio su corazón. Cerró la puerta y se fue.