[Como le voy a prestar este libro a una amiga, me acordé que hace un tiempo hice un trabajo en el cual incluí comentarios sobre este maravilloso cuento, así que aquí va, disfrazado de reseña]
John Varley nace el 9 de
agosto de 1947, en Austin, Texas, E.E.U.U. Intentó estudiar física y luego se
cambió a Inglés, pero abandonó la universidad antes de los veinte años, para
viajar por la carretera por un año y medio, llegando a San Francisco el año 67,
justo para el Verano del Amor. Luego de desempeñarse en varios trabajos decidió
ser escritor, publicando muchas novelas y cuentos de ciencia ficción, entre los
que destacan aquellos enlazados en el universo común de Los ocho mundos, el cual presenta a la humanidad desterrada de la
tierra por los Invasores, una raza
alienígena desconocida que, mediante el desmantelamiento de toda tecnología,
expulsa a los seres humanos de su planeta natal para proteger a las especies
más inteligentes e importantes del mismo: las ballenas y delfines. Así, a la
fuerza, la humanidad se expande por diferentes planetas y satélites del sistema
solar (Mercurio, Venus, La Luna, Marte, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón),
quedando la tierra y Júpiter fuera de su alcance (pues los invasores, según se
dice, provienen de planetas gaseosos como éste).
Sin embargo, la obra
que reseñaré no forma parte del universo de los ocho mundos, a
pesar de haber sido publicado en una antología que contiene cuentos ubicados en
ese contexto. El escenario de ésta son los Estados Unidos de fines de los
ochenta hasta la aurora del nuevo siglo (año 2000). La Persistencia de la Visión, novela corta o cuento largo, se
publica el año 1978, en The Magazine of
Fantasy and Science Fiction, ganando el año siguiente los tres más
prestigiosos premios del género, el Hugo, el Nebula y el Locus. El éxito de la
novela se explica en la buena acogida por parte de los lectores del género,
quienes destacan el tratamiento del lenguaje de los sordociegos, el cual
sugiere un universo de sensaciones y conceptos más sutiles, superando nuestros
sentidos ordinarios (Escudero, 2006).
La acción nos lleva a fines
de los años 80, año de la cuarta-no-depresión, extraño concepto para explicar
el descalabro de la economía mundial durante los últimos veinte años. El
protagonista de la historia es un hombre de cuarenta y siete años que,
habiéndose unido a la fila de los desempleados, decide lanzarse por la
carretera norteamericana haciendo autoestop, desde Chicago hasta la costa
oeste, para tomar un barco en el pacífico y llegar hasta Japón. El viaje del
protagonista lo traslada desde una ciudad desolada y sumida en el caos a un montón
de pequeñas comunidades experimentales en Taos, Nuevo México. Éste, desde los
60, era el centro de los experimentos culturales de modos de vida alternativos:
“Como resultado de todo ello, el lugar estaba repleto de desvencijados molinos
de viento, paneles solares, domos geodésicos, matrimonios de grupo, nudistas,
filósofos, teóricos, mesías, ermitaños, y más simples locos de los que debería
haber” (1986, p. 11).
Paralelamente, se nos narra
la historia de unas personas muy especiales: el año 1964, a causa de una
epidemia de rubéola que afectó a cinco mil mujeres dentro de los primeros
cuatro meses de embarazo, nació la misma cantidad de niños y niñas sordos,
ciegos y con lesiones cerebrales. Ello, superó con creces la cantidad anual de
niños que nacían con estos problemas (ciento cuarenta, como mucho), por lo que
el Estado se vio superado en cuanto a la forma
de manejar el problema. Así, la mayoría de los sordociegos fueron situados en
distintas instituciones estatales que pretendían educarlos y brindarles las
mínimas herramientas para la sobrevivencia y para el desenvolvimiento en una
sociedad a la cual nunca podrían integrarse plenamente.
Muchos
de los cinco mil niños eran subnormales, y resultaba virtualmente imposible
comunicar con ellos, aun en el caso de que alguien lo hubiera intentado. La
mayor parte terminaron encerrados en los centenares de anónimas instituciones y
hospitales para niños especiales. Eran metidos en la cama, y limpiados una vez
al día por unas pocas enfermeras sobrecargadas de trabajo, y por lo general se
les dejaba completa libertad; se les dejaba que languidecieran libremente en su
propio universo oscuro, tranquilo, privado. ¿Quién podía decir que aquello
fuera malo para ellos? No se había oído quejarse a ninguno (p. 13)
El Estado se ocupa del destino de los hijos sordociegos, encerrándolos
donde no sean una molestia para la sociedad mayor y mutilando sus posibilidades
de experimentar la vida plenamente. Sin embargo, muchos niños cuyos cerebros no
fueron afectados fueron encerrados también con los subnormales. Se descubrió que muchos de ellos tenían coeficientes
intelectuales cercanos a lo normal, y cuando llegaron a la pubertad quedó en
evidencia que no había suficiente gente preparada para manejarlos
convenientemente. Pero entre ellos, había una mujer que soñó con algo más, pero
no contentándose con los sueños, se dedicó a convertirlos en realidad. Así,
luego de una larga lucha con el Estado y su burocracia asistencialista, un
grupo de setenta sordociegos obtuvo la independencia, así como el pago de su
pensión anual garantizada, que nunca habían recibido. Con el dinero y ayuda de
un abogado y una arquitecto, idearon un nuevo espacio, en Nuevo México, un
lugar que muchos llamaban Keller[1].
Este lugar no era para llevar una vida que fuera una ciega y sorda imitación de
sus semejantes, sino un espacio para comenzar de nuevo, creando una forma de
vivir que no aceptara convenciones previas. Es decir, se trata de un contexto
totalmente nuevo, donde podía experimentarse una nueva forma de habitar y comunicarse.
A este extraño lugar,
Keller, llega el protagonista de la novela, luego de un largo recorrido por otras
comunidades alternativas que lo decepcionan, pues no lograron apartar el
sentimiento de vacío y soledad que invadía su corazón. Allí es recibido por una joven de aproximadamente trece años, la cual es hija de
los sordociegos originales y, por tanto, puede ver y escuchar normalmente,
aunque de todas formas el lenguaje que utiliza es el táctil (sólo habla para
explicar y traducir al protagonista). El protagonista es bien recibido en la
comunidad (no llegaban visitas muy seguido, tampoco se quedaban mucho tiempo),
por lo que decide aprender el lenguaje táctil (con el alfabeto manual
internacional), sólo para descubrir que ese es tan solo el primer escalón de un
lenguaje mucho más complejo, de cinco capas: lenguaje táctil, abreviado,
corporal, “toque” y, finalmente, “***”, al que sólo accedían los mayores, en una
especie de ceremonia semanal efectuada al atardecer. Así, asistimos al
aprendizaje del protagonista, quien, primero con impacto, luego con sumo
interés, profundiza en el lenguaje abreviado y corporal, con todo lo que ello
implica: “Ellos hablaban con sus cuerpos. No era solamente con las manos. […]
Pero hablar era hablar, y si la conversación evolucionaba hasta un punto en el
que necesitabas hablarle a otro con tus genitales, eso era simplemente una
parte más de la conversación” (1986, p. 30). De este modo, el protagonista
aprende que esta comunidad tiene un carácter pansexual, en el cual la orientación del deseo hacia un género
determinado no es más que una traba en la comunicación real y profunda de las
personas. De hecho, luego de experimentar un orgasmo involuntario en una
“conversación”, entendió que más allá de la individualidad, la comunidad
funcionaba como un organismo. Decidió entonces quedarse y aprender a “hablar”.
La Persistencia de la Visión es uno de mis cuentos favoritos, de hecho, el que determinó mi ingreso definitivo en el mundo de la ciencia ficción y la fantasía, géneros sin los cuales hoy no podría vivir. Además, su planteamiento de una comunicación total, que incluye al cuerpo y todas sus expresiones, remeció un poco mi forma de desenvolverme en el mundo, volviéndome más táctil y, por qué no decirlo, sexual, en el cotidiano.
Referencias
Escudero, Demián. (2006). La
Persistencia de la Visión (reseña). Sitio de Ciencia Ficción (página web) http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op01052.htm
(revisado 14 de diciembre 2013).
Varley, John. (1986). La Persistencia de la Visión. Editorial
Hyspamerica: Madrid.
Notas
[1] En referencia a
Hellen Keller, sordociega que en su adultez se convertiría en activista
política. Primera persona sordociega en obtener un título universitario.
1 comentario:
ke rica esa comunidad B:
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