martes, 23 de abril de 2013

Europa y la Gente sin History Channel, por Eric Lobos

No me entero de marcianos, pero sí de conexiones trans de todo tipo; allá van los esclavos y por acá el Modo de Producción Capitalista, Inglaterra y los indígenas americanos, los indígenas asiáticos, los indígenas oceánicos. Allá se instaló la historia oficial, en los clavitos de las naciones, en la filosofía y en la ciencia. Acá apareció la nueva historia, diversa disciplinarmente, pero como no teníamos tele nadie la vio y siguieron creyendo en la otra, manchada con ketchup y cuya banda sonora se constituye del electro-dancing de moda.

El origen de las Actas Vampíricas Latinoamericanas

En un viaje, de paso por Valparaíso, me reencontré con el gato de mi familia, Cochocho. Nos sentamos a disfrutar del sol que se acerca al ocaso, su calorcito inyectándose en de nuestras pieles, lentamente. Ello era posible porque grandes ventanales nos protegían del viento exterior, permitiendo que la tarde y su agasajo ingresaran en justa medida. En medio de esa modorra, un torrente de imágenes comenzó a discurrir en mi cabeza: vaporosas visiones como expelidas de una tetera hirviente. Vi al gato escribiendo, aprovechando cada momento de soledad (que no eran pocos), escribiendo también debajo de las camas, dentro de los armarios. Sin que nadie se diera cuenta en la casa, Cochocho se había contactado con personas del medio literario y había publicado su primera novela: Biografía-Social de un Vampiro. El éxito del relato lo llevó a planear una trilogía, que por razones comerciales derivó en diez títulos agrupados bajo el nombre de Actas Vampíricas Latinoamericanas. Su carismático protagonista, anti-héroe de más de cuatro mil años, coqueteaba con el bien y el mal desde sus orígenes en la zona andina, anteriores al imperio incaico, específicamente en Chavín de Huántar. Su nombre es Pucara, el vampiro andino. Las imágenes dejaron de sucederse y tuve el rostro de Cochocho frente al mío, con sus ojos pidiéndome no revelar su secreto, pues no estaba dispuesto a pagar el precio de la fama ni el de la ciencia. Entonces el sol se ocultó y nos impregnó la oscuridad.

lunes, 15 de abril de 2013

desconexión

Un hombre esperando su bus en el terminal envía un mensaje de texto a su novia, que se queda en Ainilebu. El envío hace mención del trágico hecho de olvidar sus audífonos, artefacto mediante el cual se aislará de otros seres humanos. Extrañamente, vibra el bolsillo del hombre. Saca el celular rosado de su novia, sorprendiéndose sobremanera. Exaltado, envía otro mensaje de texto a su novia, contándole esta gran anécdota, aunque un poco preocupado de partir con ambos aparatos. Cuando la mano que sostenía el artilugio rosado comenzó a vibrar nuevamente, un terror insostenible e inidentificable lo absorbió por completo. Se provocaron ciertas evocaciones en su memoria, reminiscencias ancestrales, angustias perversas heredadas con su amenaza de permanencia. La soledad, la terrible soledad del abandono, la cruel desconexión a las redes la colapsará, piensa el hombre. Qué dios maligno pudo imaginar un tormento como este, desquiciada expulsión de la colectividad y del binomio con él. Además, sin merecerlo, sólo por jugar amorosamente, introducir la mano del otro en los bolsillos del otro y viceversa, entregarse tan plenamente al placer como para traspasar el celular al otro, prácticamente prestándose la vida en un recreo dulce y frágil, sabiéndose protegido por la confianza mutua. Y ahora, por error, ese amor es Satán, es perderse en un viaje que se inicia desprovisto de certezas para la pareja. No se atreve a subir y el bus se va junto a su obligación de asistir al trabajo que lo requería en el norte. Corre a casa.

Luego de colocar, sin que él se percatara, su celular en el bolsillo del abrigo de él, lo despidió amorosamente. Sus labios fueron húmedos, generosos, y se lo permitieron porque se sabían despedida, se concedieron un deslizamiento y ondulación sincronizada con la otra boca, de un modo puro y final. Apenas el hombre cerró la puerta, ella comenzó los preparativos: mochila, cartera y la caja especial para llevarse a Tuit, el gato de ambos. Ya no queda nada para ella en este lugar, lo que comenzó como comunión se anegó, empantanándose y dejando solo islas pestilentes en el territorio circundante. Incapaz de mantener el contacto un día más, puso en silencio su corazón. Cerró la puerta y se fue.

martes, 9 de abril de 2013

“La Épica de Lucius Jipsterel” (anónimo)

Una obra de aventuras en la época de los microheroismos. El joven Lucius ha de luchar contra el capitalismo salvaje manifestado a través de su falta de recursos para adquirir alimentos y calefacción, por no mencionar la preocupante ausencia de libros y vinilos, cuya progresión numérica se estancó el día que asumió más responsabilidades adultas. En su viaje por ignotos territorios de la constreñida urbe funcional que lo alberga y mareas informáticas del ciberespacio encontrará enemigos acérrimos, tales como la terrible adicción a las redes sociales, una tautología de la soledad, o el enfrentamiento al despliegue pornográfico exacerbado en cada dispositivo visual de los alrededores, virtuales y reales.

"Anónimo se nutre de la literatura postapocalíptica anterior para desperdigar las migajas de la racionalidad occidental en un contexto fantasmal y sórdido" -Ramakrishna Soto, The Nueva Delhi Times.

"Fácilmente uno de los mejores libros del año" -Ne0 1gn4c10 V4L3nt3, el Mercurio de Mercurio.

"Anónimo ha sido llamado el más grande de los grandes, desde la Epopeya de Gilgamesh hasta el Cantar del Mio Cid, pasando por toda la obra de Shakespeare -que como los lectores saben, nunca fue-, sus obras han deleitado a grandes y chicos en todo los países de Tierra Vieja" -The New Earth Library.