lunes, 27 de agosto de 2012

supersónipunks

Pienso en el ignorado drama
que ha de haber sido
(o será)
jugar a la pelota para los supersónicos.

Una simple pichanga y cuántos accidentes,
cuántas caídas al vacío:
cuerpos juveniles 
despeñándose
sobre los asalariados
del primer nivel terrestre.

Cuántos seres humanos destrozados
(por no mencionar 
a las máquinas descatalogadas)
camino al trabajo, alcanzados
por un pelotazo o la pérdida
del humano equilibrio.

Cuántas esferas incandescentes
bajando desde el firmamento,
reventando contra el
agrietado pavimento.

Allí se pudren masa encefálica,
despojos de pelotas,
tuercas de robots desechados.
Basura que nadie recogerá.

No hay empleados mecánicos 
para servir a los del primer nivel;
sólo compañeros de trabajo.

Y ellos, los asalariados,
se ocupan de vivir nomás
en medio del hambre y el crimen,
mientras las viejas cuentan historias
sobre el pasto,
los animales, 
los nombres y las canciones.

Mitos sobre los dioses de arriba
y su bondad
y su olvido.

miércoles, 6 de junio de 2012

Garfil y sus amigos

Sólo por subir algo y no dejar absolutamente botado este espacio, les dejo una de mis primeras obras:


lunes, 13 de febrero de 2012

ñacañacañacaña


viernes, 27 de enero de 2012

martes, 10 de enero de 2012

me diste mal la dirección

dibujo basado en la animación del programa pintamonitos, aquí la original:

martes, 3 de enero de 2012

guerra en el puerto

De pronto todo se apagó, Miguel, nocturno por naturaleza, no se preocupó demasiado, o al menos, la falta de luz no fue más preocupante que el murmullo cada vez mayor que invadía el océano. Fuera de él, en el cerro, Ramona dábase cuenta de cambios en el flujo de visitantes por sus calles. Cada vez había más gente, ruidosa gente que empujaba a Ramona, que ensordecía a Chatito, quien a pesar de estar dentro de su casa, era capaz de percibir el cambio atmosférico que se estaba gestando fuera, desde la tarde, en realidad desde el medio día. En el plan la cosa no era distinta, tantos pies moviéndose erráticamente extrañaron un poco a Jacinta, acostumbrada a las tranquilas y nauseabundas calles recorridas mientras efectuaba sus pequeños crímenes, entrando de casa en casa, clandestinamente, dispuesta a robar los mejores manjares que albergaran los livings o cocinas. La extrañeza se convirtió en espanto cuando sonó el primer estruendo, ¿de dónde venía ese ruido tan tremendo? ¿Qué estaba pasando? Chatito, presa de un terror mítico, pensó en el inevitable fin y corrió hasta debajo de la cama, que no le pareció suficiente protección cuando retumbó toda la casa por segunda vez, lo que lo llevó a esconderse en el closet. Allí estaría seguro, allí no lo molestaría nadie. Ramona, por su parte, arrancó hacia su casa, pero no encontró el camino, la multitud la confundía, la extraña oscuridad levemente encendida por las explosiones la hizo perderse, cosa que desde hace seis años temía, desde que se quedó tuerta. A veces le costaba orientarse, pero esta noche de estampidas y bramidos realmente la extravió, dejándola acurrucada bajo el oscuro alero de una casa de dos pisos, en cuya terraza la gente gritaba mientras veía el cielo y surgían nuevas explosiones. En ese momento Salvador, piloto civil, fue sorprendido mientras volaba sobre la costa. Hace un rato habían comenzado las detonaciones, pero él pensó que se desarrollaban a lo lejos, de hecho las vio lejanas y de pronto lo envolvió una espesa niebla. Ciego a causa de ella, voló vacilante durante unos breves segundos, hasta que lo alcanzó un proyectil lanzado desde el puerto, el mismo puerto en el que almorzaba casi todos los días, donde conoció a la madre de su hijo. ¿Dónde estarán ellos, protegidos acaso? caviló mientras descendía abruptamente, herido de muerte, entregado al fin de la existencia, colisionando con un mar sólido que lo destrozó. Cayó cerca de Miguel, que no sabía dónde ir, pues por todas partes se oían los fragores de la batalla. ¿Será una guerra? se preguntó, aunque luego estuvo seguro de ello, al ver como Salvador se despedazaba y disgregaba por el océano. Quiso escapar de la muerte, pero la niebla también lo envolvió, ineluctable. Jacinta corrió por entre los zapatos de la gente, afirmándose como podía de los temblores que convirtieron su noche en un calvario. Afortunadamente logró refugiarse dentro de una grieta bajo una escalera por la cual  corría una vertiente de orines. Al otro día la ciudad era un caos silencioso, la guerra había terminado, no se sabe si Valparaíso ganó o perdió, pero el vidrio molido y el plástico formaban un manto de desgracia sobre calles y plazas, hiriendo las patas de la rata Jacinta, de la perra Ramona, mientras algunas bolsas de nylon volaban, casi podría decirse que en un homenaje póstumo a la gaviota Salvador, cuyos fragmentos de cuerpo se dispersaban como los del pez Miguel, y el mutismo envolvía las pesadillas que el gato Chatito tendrá durante meses. Había comenzado un nuevo año en el puerto.