lunes, 19 de mayo de 2014

Los Genocidas (con harto spoiler)

El autor de esta obra es Thomas M. Disch, quien nace el 2 de febrero de 1940 en Des Moines, Iowa, E.E.U.U. y muere el 4 de Julio del 2008, suicidándose. A causa de una epidemia de polio en 1946, su madre decide mantenerlo en casa, donde le enseña lo que debería estar aprendiendo en el colegio. Ello provoca que pase de kindergarden a segundo grado en un solo año. Luego, realiza su educación formal en varias escuelas católicas, lo que de algún modo explicaría su crítica a la moral y costumbres cristianas en algunas de sus obras. A los 18, sin dinero, sin amigos, y sintiéndose rechazado por su orientación sexual (se declaró gay desde la adolescencia) intenta suicidarse inhalando gas de cocina, pero sobrevive. Luego intenta entrar en el ejército, pero su incompatibilidad con el mismo lo termina llevando a un hospital mental por tres meses. 
Los Genocidas, de Thomas M. Disch
Editorial Sudamericana, Colección Galaxia.
1974 [1965], 198 páginas.
Luego de varios trabajos indirectamente artísticos, en teatros, ópera y librerías, intenta estudiar en la universidad, retirándose al poco tiempo. Sin embargo, su asistencia a clases sobre la escritura de nouvellas y ficción utópica estimula su gusto por la ciencia ficción y su escritura. Comienza su carrera literaria en 1962, en la revista Fantastic, publicando el cuento The Double Timer. Disch ingresa en el campo de la ciencia ficción en un punto crítico de desarrollo del género, pues se pasaba de aventuras bastante frívolas, a temáticas más adultas, serias, e incluso oscuras: la nueva olaA simples rasgos, se trata de una corriente que deja atrás los postulados campbellianos [1] de la edad de oro, es decir, ya no es necesario tener conocimientos de ciencia dura ni transmitirlos a través de la obra. Ahora el punto de apoyo es el valor literario (por ello se discute si algunas obras pueden realmente adscribirse al género de la ciencia ficción, o deberían ser calificadas como creaciones de fantasía) y moral de las historias. La nueva ola se caracteriza por dejar de lado las óperas espaciales [2], reemplazando las grandes amenazas interestelares por un enemigo más tenebroso aún: la humanidad misma. Normalmente delimitada entre los años 1965 a 1979, la nueva ola responde a las transformaciones sociales en la norteamérica de fines de los sesenta: anti-belicismo, psicodelia, medios masivos de comunicación y contracultura.

Disch fue autor de más de cuarenta libros, incluidas novelas, poesía, cuentos y crítica, aunque nunca fue un escritor de éxito que se granjeara un nombre. Se dice en un texto del Washington Post, a propósito de su muerte: “[fue] quizás el más talentoso y desconocido autor americano” (Schudel, 2008). Y Michael Dirda, en el mismo artículo dice: “podía ser satírico, blasfemo, iconoclasta y conmovedor, pero ante todo, siempre era brillante” [3]En 1999 ganó el premio Hugo, uno de los más prestigiosos galardones entre los autores de ciencia ficción y fantasía. Pero sus inquietudes no terminan en este género, pues también escribió obras de teatro, poesía, libretos de ópera e, incluso, un videojuego. Regularmente contribuía con ensayos acerca de poesía, ficción, teatro, música y arte para el Washington Post, The Nation, Los Angeles Times, Entertainment Weekly y otros. Asimismo, Disch llevaba un blog que actualizaba frecuentemente, cuyas últimas entradas daban cuenta de su carácter depresivo, suicidándose finalmente el 4 de julio de 2008, día de la independencia estadounidense. ¿Casualidad? Veamos qué tiene que decir Disch sobre el status quo en una de sus obras. 

La primera novela de Thomas Disch, Los Genocidas, es de 1965. El escenario es un pequeño poblado norteamericano –Tassel-, sobreviviente a la extraña invasión efectuada por plantas gigantescas, dejadas allí por no se sabe quién. Esta curiosa invasión utiliza el planeta tierra como un formidable campo de cultivo, con especies de plantas que exterminan toda competencia, alterando profundamente los hábitats de nuestro planeta y asfixiando gran parte de la vida presente en él, incluida la humana. La narración comienza cuando la invasión ya se ha desplegado hace algunos años y Anderson, el patriarca sanguíneo y religioso de la comunidad, se acompaña de sus hijos mayores para extraer savia de las plantas.

Bonita ilustración de la novela en esta edición francesa.
La obtención de alimentos se ha convertido en un trabajo cada vez más difícil a causa del predominio territorial de las plantas, monocultivo de proporciones fabulosas: “Esos árboles –o Plantas, como las llamaba Anderson- tenían doscientos metros de alto, y las hojas más grandes eran del tamaño de pizarrones” (p. 15). El primer capítulo tiene un título revelador: el hijo pródigo. En él se evidencian las diferencias entre dos medio-hermanos, Buddy y Neil, hijos de Anderson. Luego se nos introduce el lamento de Buddy, quien cavila sobre la falta de tiempo para “pensar”, a diferencia de su hermano Neil, que parece regocijarse en el ejercicio del trabajo físico y la ausencia de agilidad mental. Más adelante nos enteramos de que, hace diez años, Buddy se había ido de Tassel, donde se encuentra la granja de su padre, para probar suerte en la ciudad. Su plan era escapar del modo de vida campesino que detestaba, pero “[…] había fracasado de modo tan terminante como habían fracasado las ciudades mismas” (pp. 17-18). La hambruna de las ciudades lo obligó a volver a la casa paterna, y “La rebelión del hijo pródigo [quedó] reducida a palabras altisonantes y mezquinos remilgos: una obstinada negativa a hablar como los campesinos, un arraigado desprecio hacia la música rural, un asco de “mascar” y una abominación por los palurdos, los rústicos y los patanes. En una palabra, por Neil” (p. 18). Situación nada fácil para Buddy, puesto que su padre, Anderson, autoproclamado jefe de la comunidad, la dirige bajo parámetros sumamente conservadores derivados de su fanático cristianismo. 

Más tarde, el predominio cada vez mayor de las plantas obliga a la menguada comunidad a abandonar Tassel. Se erige entonces Nueva Tassel, en un terreno también sitiado por las plantas, por lo que no duraría mucho como establecimiento humano. Por otra parte, el único vínculo de la comunidad con el exterior -¿existirían otras comunidades sobrevivientes? nadie lo sabía- era a través de los merodeadores, que cada vez llegaban en menor número. Además, la política de Anderson y sus seguidores era exterminarlos inmediatamente, para que no supusieran peligro al precario equilibrio de la comunidad. Precisamente, unos capítulos más adelante hacen su entrada en escena Jackie y Jeremiah Orville, pareja que vivió los últimos años en la bóveda de seguridad subterránea del First American National Bank, donde podrían haber continuado algunos años más si es que los invasores no hubiesen comenzado una nueva etapa de exterminio. Mediante “incineradores”, máquinas esféricas capaces de lanzar intensas llamaradas con la facultad de quemar ciudades y campos enteros, los invasores expulsan a los últimos humanos de la ciudad de Duluth (cercana a Nueva Tassel). Jackie y Orville, en su huida, se encuentran con Alice Nemerov y un grupo variopinto de refugiados, los cuales han utilizado extraños recursos para no morir de hambre, incluso el canibalismo. A pesar de estas sórdidas historias, nadie parecía escandalizado, pues “La invasión los había convertido a todos en relativistas: tan tolerantes de los usos y costumbres de los demás como si hubieran sido delegados en una convención de antropólogos culturales” (p. 57). Ello evidencia la forma en que el contexto amplió la escala valórica y moral de los seres humanos sobrevivientes. 

La breve dicha de volver a sentirse en comunidad terminaría con el intento de los refugiados por hacerse de Nueva Tassel. La maniobra fracasa, muriendo todos excepto Alice y Orville, a quienes dejan vivos a causa de su utilidad (la primera es enfermera y el segundo ingeniero en minas [4]). La recuperación de este último es lenta, pero asistida por Blossom [5], hija menor –de trece años- de Anderson, con quien comenzará una relación de cercanía cada vez mayor, a pesar de haber perdido a Jackie. Esta pérdida genera una deuda de venganza en Orville, que finalmente no podrá cumplir, acoplándose a la comunidad de Anderson en forma total, a través de una relación sentimental y sexual con Blossom. Mientras tanto, los medio-hermanos luchan por el amor del padre, demostrando utilidad e inteligencia en busca de aprobación. Aunque Buddy pierde esa batalla cuando su padre lo descubre teniendo relaciones sexuales con su cuñada Greta, esposa de Neil.

Así, la vida sigue avanzando, lenta y precaria, pero ineluctable. Y las antiguas formas de vivir ya no se condicen con el nuevo contexto que oprime –pero paradójicamente también liberará, más adelante– a los personajes. Las conversaciones entre Orville y Anderson, en las cuales el primero explica científicamente algunas situaciones (como los veranos cada vez más duros, provocados por el dióxido de carbono expelido por las plantas), derivan en la desesperación del segundo, quien no encuentra respuestas en su biblia. Pero la desesperación de ese atroz verano también afectaba a Neil, quien, luego de matar por un error estúpido a la última vaca y su ternero, declara odiar a toda la comunidad: […] y odiaba también al padre. Odiaba a todos esos desgraciados que se creían tan listos. Los odiaba a todos. A todos” (p.89). Los errores de Buddy y Neil provocan un desplazamiento constante en el favoritismo del padre, mientras Orville, quien comienza a prendarse de la joven Blossom, sueña con su venganza y la destrucción de la especie. Esta atracción, provoca un alejamiento cada vez mayor de Blossom con su padre y madre. Así, Anderson cada vez posee menor injerencia en las decisiones comunitarias, peligrando la homeostasis del grupo. 

Todo dará un giro cuando, por casualidad, al huir de los incendiarios (máquinas de los invasores cuya función era exterminar todo forma de vida ajena a las plantas), la comunidad ingrese por el tallo de una planta hueca. Todas las plantas están conectadas en sus raíces fabulosas, de modo rizomático, y cada tramo está lleno de una materia esponjosa con aroma dulzón, a fruta pasada. Tras probarlo, “Se notaba el gusto a anís característico de la planta; pero junto con él algo pleno y dulce, una satisfacción, que era totalmente nueva” (p. 109). Así, la comunidad obtuvo un nuevo maná, pero con él vino la satisfacción de otros apetitos: el hambre insaciable de sexualidad que fue negado por tanto tiempo en la sala común de Tassel, bajo el mando de Anderson, se desborda en este nuevo contexto de oscuridad y desnudez (la ropa era un impedimento para moverse en este escenario subterráneo). Luego, vendría la deserción, quedando reunido sólo el grupo que constituye la familia nuclear de Anderson (incluyendo a Orville). Anderson, impotente y despojado de atribuciones, muere, intentando dejar la jefatura de la comunidad en manos de Orville. El símbolo de ese poder es un revolver con su última bala, el único de la comunidad. Neil se las arregla para engañar a su padre y quedarse con el revólver, con lo que comienza una persecución de locura por los túneles mientras intenta apoderarse de Blossom, para desplegar su incestuoso deseo sexual. A su vez, desea matar a Buddy, pues éste nunca lo respetó, “Siempre había sido impetuoso, rebelde, ateo. ¡Eso es él! Pensó Neil, asombrado de la perfección con que esa palabra definía todo lo peligroso en el hermano. ¡Un ateo!” (p. 152). 

La mejor y más increíble portada que encontré (edición inglesa).

Finalmente, luego de engañar a Neil mediante su propia estupidez, la menguada familia logra establecerse. Este nuevo establecimiento del orden se genera justo a tiempo para la cosecha de los invasores. Toda la materia algodonosa comienza a ser succionada, y ellos también, pero logran apartarse del flujo y salir a la superficie por sus propios medios, sólo para encontrar una tierra negra, desolada, con restos de frutos de las plantas, que quizás les permitieran sobrevivir un verano más. El agua ya no era receptáculo de vida, la tierra tampoco, excepto de una nueva plantación de plantas, que en dos días ya les llegaban a los tobillos. Este escenario de desamparo sugiere la condena de los protagonistas, pese a todos los esfuerzos realizados en la novela por sobrevivir y por establecer nuevos vínculos familiares que permitieran crear un sistema homeostático adecuado al nuevo contexto (sin las desvencijadas directrices cristianas de Anderson, sin la envidia y competencia manifestadas en Neil, así como tampoco las infidelidades matrimoniales de cualquiera). Las líneas finales son estremecedoras: “La naturaleza es pródiga. De cada cien plantas solamente una o dos sobrevivirían; de cien especies solamente una o dos. Pero el hombre no” (p. 198). 

En fin, gran novela. Y a pesar de lo clasicona, muy entretenida, el tiempo no hace mella en ella, pues su médula está en los cuestionamientos morales y valóricos, no en la ciencia y su relación con los personajes. Sin embargo, es pesimista como el autor, del cual ahora quisiera leer más.

Notas


[1] John Campbell, editor de la Revista Astounding Stories desde 1938, rebautizada luego como Astounding Science Fiction, considerado “santo patrono de las nuevas voces” (Asimov, 1999, p. 228). Bajo su influencia se desarrolló un tratamiento de mayor rigurosidad respecto a la ciencia, así como al aspecto literario de las historias. Fue uno de los más connotados escritores de ciencia ficción de los años 30, época conocida como “edad de oro”. Sin su influencia, la ciencia ficción no habría llegado a posicionarse como un género respetable (o medianamente respetable, depende de la perspectiva), capaz de superar sus inicios pulp.

[2] Las Óperas Espaciales hacen referencia a un subgénero de la ciencia ficción de corte romántico. Principalmente constituido por aventuras cuyo contexto es el espacio y otros mundos (el ejemplo actual más claro es la saga de Star Wars). 

[3] Obituaries: Thomas Disch; Sci-Fi Writer Was Part of 'New Wave' [Schudel, Matt] (2008, Julio 9). The Washington Post. Pp. B05. 

[4] Aunque más que por ser ingeniero, lo dejan vivo a causa de su nivel intelectual, pues el resto de la comunidad se constituía en general de campesinos. 

[5] El nombre Blossom (flor, florecimiento) hace clara referencia a la incipiente madurez sexual del personaje.

martes, 13 de mayo de 2014

Enemigo Mío

Enemigo mío es la primera de tres novelas que abordan la relación entre la humanidad y los Dracs. Publicada por primera vez en su versión corta el año 1979, en la revista Asimov’s Science Fiction, es continuada por The Tomorrow Testament (1983) y The Last Enemy (1997), actualmente publicadas en conjunto en The Enemy Papers (1998), que incluye una versión más larga de la primera. La que yo leí es la primera versión de la historia, es decir, la novela corta publicada el año 79 y traducida el 81 por César Terrón en la revista española Nueva Dimensión, número 139. Al igual que la novela corta de Varley, ésta también fue ganadora de los premios Hugo y Nebula, de 1980. 

Barry B. Longyear, nace en 1942, en Pennsylvania, E.E.U.U. Luego de cursar sus estudios secundarios va por dos años a la Escuela de Arte Comercial de Pittsburg, para luego retirarse en 1962 y enlistarse en el ejército. Según cuenta en su página web, sirvió en la 30° Brigada de Artillería, en Okinawa, como técnico de misiles y lanzamientos, y luego con el 6° Batallón de Misiles, en Florida. Fue dado de alta en 1965, yendo luego a la Universidad del Estado de Wayne. Luego de algunos trabajos esporádicos publica su primer cuento en Asimov’s Science Fiction Magazine, en 1978, decidiendo dedicarse de lleno a la escritura de ciencia ficción y fantasía. Luego de alcanzar el éxito con la novela corta Enemigo Mío, que incluso tuvo adaptación cinematográfica (1985) dirigida por Wolfgang Petersen, es internado en un hospital para rehabilitarse de su adicción al alcohol y drogas. Sigue publicando hasta hoy en día.


Enemigo Mío cuenta la historia de Willis E. Davidge y Jeriba Shigan dos pilotos de guerra –humano y Drac, respectivamente- que en medio de una batalla en el sistema de Fryrine IV, caen con sus naves de combate en la isla de un planeta aparentemente deshabitado. La novela trata de cómo aprenden a convivir, el absurdo de la guerra, y la profundidad de la amistad. La narración comienza con los dos personajes frente a frente, insultándose mientras esperan que el otro dé el primer golpe. Davidge lo agravia y provoca con una frase aprendida en su instrucción militar: “¡Kiz da youmeen, Shizumaat!” (p. 78), es decir, Shizumaat, el filósofo más venerado de Draco, come excrementos de Kiz. La rabia del dracón es tal que exclama: “¡Irkmaan, tú estúpido Mickey Mouse ser!”. Davies no puede contener su risa, pues había prestado juramento para luchar hasta la muerte por muchas cosas, pero aquel ratón no era una de ellas. Así, distraído, riendo a carcajadas, es sorprendido por una ola gigante que lo deja inconsciente, pero Jeriba Shigan lo salva de morir ahogado.

Tras un despertar complicado, Davidge estaba amarrado, los dos protagonistas dialogan cada vez más, aprendiendo el idioma del otro y comprendiendo que no serían capaces de sobrevivir por su cuenta con las duras condiciones del planeta en que cayeron. Por ello construyen un refugio que pronto es destruido por las olas. Así, Davidge presiona a Jerry (como llama al drac) para utilizar la cápsula e intentar alcanzar el continente, que sin duda ofrecería mayores posibilidades de sobrevivencia que la isla en la cual se encuentran. Jeriba se niega tajantemente, regalándole la cápsula al humano, lo que éste no comprende. Tampoco comprende la necesidad de ir con él, ahora que tiene la posibilidad: “-Debemos ir juntos, Jerry. -¿Por qué? Noté que me sonrojaba. Si los humanos tienen esta necesidad de compañía, ¿por qué también se avergüenzan de admitirlo?” (p. 88). A causa de este diálogo, Davidge explica la soledad al drac, quien empatiza con él y le revela porqué se niega al intento de llegar al continente: está embarazado de su segundo hijo, pues el primero lo perdió en la batalla espacial que los dejó varados en ese planeta hostil. Así, pues, nos enteramos del hermafroditismo drac.

Las inclemencias del tiempo obligan a los protagonistas a protegerse en la cápsula, acción que deja nuevamente inconsciente a Davidge, quien sueña con su instrucción militar, lo que ilumina su educación con respecto a su propia familia (humanos) y a los otros (dracs). En la instrucción se estudia superficialmente a los dracs, burlándose de características físicas como su color, olor, cantidad de dedos (tres). En el recuerdo, el teniente señala un pliegue en el vientre de la figura de un drac, indicando: “-Aquí es donde el drac tiene sus joyas familiares… todas. –Más risitas-. Sí, los dracones son hermafroditas, con los órganos reproductores, tanto masculinos como femeninos, contenidos en el mismo individuo” (p. 91), para luego preguntar: “Si ven una de estas cosas, ¿qué harán?”. La respuesta de los soldados es contundente: “-MATARLA…” (p. 92).

Al despertar, es grande la sorpresa de Davidge, pues está vivo, fue salvado nuevamente por el drac, pues éste empatizó con su soledad. Entonces encuentran una cueva, pasan los meses y se preparan para resistir un duro invierno. Todo ese tiempo compartido los lleva a dominar el idioma del otro, lo que trae consigo la posibilidad de alcanzar conversaciones profundas y de mayor comprensión mutua. Una de las más importantes nace a partir de la pregunta sobre el nombre que tendrá el hijo del drac. Jeriba Shigan explica que la línea Jeriba tiene cinco nombres: Shigan, Gothig, Haesni, Ty y Zammis, los cuales se van repitiendo en un ciclo interminable. Davidge se sorprende de que sólo tengan cinco nombres, mientras que los humanos pueden elegir entre infinitas posibilidades. Ante esa observación, Jerry dice: “Davidge, qué perdidos debéis sentiros. Los humanos… qué perdidos debéis sentiros” (p. 96). Luego se explica mejor, preguntando a Davidge por sus padres y los padres de sus padres. El conocimiento del humano acerca de su ascendencia sólo puede rastrearse hasta sus abuelos, a diferencia del drac, que es capaz de recitar la historia de su linaje hasta la colonización de su planeta por Jeriba Ty, hace ciento noventa y nueve años. Es más, en los archivos de su linaje, en Draco, puede seguirse la línea hasta el planeta natal, Sindie, otras setenta generaciones más atrás. Asimismo, Jerry explica que sólo los primogénitos conservan la línea, los productos de segundos, terceros o cuartos nacimientos deben encontrar sus líneas particulares. Con respecto al límite de cinco nombres, Jerry señala: “Los nombres son cosas a las que añadimos distinciones: son cinco nombres iguales, comunes, de modo que no oscurezcan los hechos que distinguieron a sus portadores” (p. 97). Así, el conocimiento del linaje y su recitación ante un público de sabios es requisito para ser admitido como adulto en la cultura drac. En respuesta a eso, Davidge reflexiona: “[…] empecé a comprender a qué se refería Jerry con la expresión ‘sentiros perdidos’. Un  dracón con varias docenas de generaciones en el estómago sabe quién es y a qué debe mantenerse fiel” (p. 97).


Esto es sólo el principio de una novela que se erige como un canto de celebración a la diversidad y al entendimiento. Lo que sucede luego, sólo profundiza en las ideas antes expresadas, pues por azar Davidge tendrá que hacerse cargo de Zammis, el hijo de Jerry, con todo lo que ello implica. La película, por su parte, a pesar de ser bien interesante, se queda corta en cuanto al potencial emocional de la historia, con una gran simplificación de las cavilaciones de Davidge, el contexto en que todo sucede, y un final precipitado y demasiado heroico, muy distinto al de la novela, que es reposado aunque intenso. En esta última, la crítica a la cultura de la guerra gringa, a sus instituciones tanto militares como mentales y a la rancia xenofobia de la cultura de masas (con su paradójico culto al individuo), alcanza una gran magnitud, que en la película se reduce a la esclavitud capitalista del otro (que no es algo menor, pero sí demasiado simple).

jueves, 8 de mayo de 2014

La Persistencia de la Visión

[Como le voy a prestar este libro a una amiga, me acordé que hace un tiempo hice un trabajo en el cual incluí comentarios sobre este maravilloso cuento, así que aquí va, disfrazado de reseña]

John Varley nace el 9 de agosto de 1947, en Austin, Texas, E.E.U.U. Intentó estudiar física y luego se cambió a Inglés, pero abandonó la universidad antes de los veinte años, para viajar por la carretera por un año y medio, llegando a San Francisco el año 67, justo para el Verano del Amor. Luego de desempeñarse en varios trabajos decidió ser escritor, publicando muchas novelas y cuentos de ciencia ficción, entre los que destacan aquellos enlazados en el universo común de Los ocho mundos, el cual presenta a la humanidad desterrada de la tierra por los Invasores, una raza alienígena desconocida que, mediante el desmantelamiento de toda tecnología, expulsa a los seres humanos de su planeta natal para proteger a las especies más inteligentes e importantes del mismo: las ballenas y delfines. Así, a la fuerza, la humanidad se expande por diferentes planetas y satélites del sistema solar (Mercurio, Venus, La Luna, Marte, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón), quedando la tierra y Júpiter fuera de su alcance (pues los invasores, según se dice, provienen de planetas gaseosos como éste).


Sin embargo, la obra que reseñaré no forma parte del universo de los ocho mundos, a pesar de haber sido publicado en una antología que contiene cuentos ubicados en ese contexto. El escenario de ésta son los Estados Unidos de fines de los ochenta hasta la aurora del nuevo siglo (año 2000). La Persistencia de la Visión, novela corta o cuento largo, se publica el año 1978, en The Magazine of Fantasy and Science Fiction, ganando el año siguiente los tres más prestigiosos premios del género, el Hugo, el Nebula y el Locus. El éxito de la novela se explica en la buena acogida por parte de los lectores del género, quienes destacan el tratamiento del lenguaje de los sordociegos, el cual sugiere un universo de sensaciones y conceptos más sutiles, superando nuestros sentidos ordinarios (Escudero, 2006). 

La acción nos lleva a fines de los años 80, año de la cuarta-no-depresión, extraño concepto para explicar el descalabro de la economía mundial durante los últimos veinte años. El protagonista de la historia es un hombre de cuarenta y siete años que, habiéndose unido a la fila de los desempleados, decide lanzarse por la carretera norteamericana haciendo autoestop, desde Chicago hasta la costa oeste, para tomar un barco en el pacífico y llegar hasta Japón. El viaje del protagonista lo traslada desde una ciudad desolada y sumida en el caos a un montón de pequeñas comunidades experimentales en Taos, Nuevo México. Éste, desde los 60, era el centro de los experimentos culturales de modos de vida alternativos: “Como resultado de todo ello, el lugar estaba repleto de desvencijados molinos de viento, paneles solares, domos geodésicos, matrimonios de grupo, nudistas, filósofos, teóricos, mesías, ermitaños, y más simples locos de los que debería haber” (1986, p. 11).

Paralelamente, se nos narra la historia de unas personas muy especiales: el año 1964, a causa de una epidemia de rubéola que afectó a cinco mil mujeres dentro de los primeros cuatro meses de embarazo, nació la misma cantidad de niños y niñas sordos, ciegos y con lesiones cerebrales. Ello, superó con creces la cantidad anual de niños que nacían con estos problemas (ciento cuarenta, como mucho), por lo que el Estado se vio superado en cuanto a la forma de manejar el problema. Así, la mayoría de los sordociegos fueron situados en distintas instituciones estatales que pretendían educarlos y brindarles las mínimas herramientas para la sobrevivencia y para el desenvolvimiento en una sociedad a la cual nunca podrían integrarse plenamente.

Muchos de los cinco mil niños eran subnormales, y resultaba virtualmente imposible comunicar con ellos, aun en el caso de que alguien lo hubiera intentado. La mayor parte terminaron encerrados en los centenares de anónimas instituciones y hospitales para niños especiales. Eran metidos en la cama, y limpiados una vez al día por unas pocas enfermeras sobrecargadas de trabajo, y por lo general se les dejaba completa libertad; se les dejaba que languidecieran libremente en su propio universo oscuro, tranquilo, privado. ¿Quién podía decir que aquello fuera malo para ellos? No se había oído quejarse a ninguno (p. 13)
El Estado se ocupa del destino de los hijos sordociegos, encerrándolos donde no sean una molestia para la sociedad mayor y mutilando sus posibilidades de experimentar la vida plenamente. Sin embargo, muchos niños cuyos cerebros no fueron afectados fueron encerrados también con los subnormales. Se descubrió que muchos de ellos tenían coeficientes intelectuales cercanos a lo normal, y cuando llegaron a la pubertad quedó en evidencia que no había suficiente gente preparada para manejarlos convenientemente. Pero entre ellos, había una mujer que soñó con algo más, pero no contentándose con los sueños, se dedicó a convertirlos en realidad. Así, luego de una larga lucha con el Estado y su burocracia asistencialista, un grupo de setenta sordociegos obtuvo la independencia, así como el pago de su pensión anual garantizada, que nunca habían recibido. Con el dinero y ayuda de un abogado y una arquitecto, idearon un nuevo espacio, en Nuevo México, un lugar que muchos llamaban Keller[1]. Este lugar no era para llevar una vida que fuera una ciega y sorda imitación de sus semejantes, sino un espacio para comenzar de nuevo, creando una forma de vivir que no aceptara convenciones previas. Es decir, se trata de un contexto totalmente nuevo, donde podía experimentarse una nueva forma de habitar y comunicarse.


A este extraño lugar, Keller, llega el protagonista de la novela, luego de un largo recorrido por otras comunidades alternativas que lo decepcionan, pues no lograron apartar el sentimiento de vacío y soledad que invadía su corazón. Allí es recibido por una joven de aproximadamente trece años, la cual es hija de los sordociegos originales y, por tanto, puede ver y escuchar normalmente, aunque de todas formas el lenguaje que utiliza es el táctil (sólo habla para explicar y traducir al protagonista). El protagonista es bien recibido en la comunidad (no llegaban visitas muy seguido, tampoco se quedaban mucho tiempo), por lo que decide aprender el lenguaje táctil (con el alfabeto manual internacional), sólo para descubrir que ese es tan solo el primer escalón de un lenguaje mucho más complejo, de cinco capas: lenguaje táctil, abreviado, corporal, “toque” y, finalmente, “***”, al que sólo accedían los mayores, en una especie de ceremonia semanal efectuada al atardecer. Así, asistimos al aprendizaje del protagonista, quien, primero con impacto, luego con sumo interés, profundiza en el lenguaje abreviado y corporal, con todo lo que ello implica: “Ellos hablaban con sus cuerpos. No era solamente con las manos. […] Pero hablar era hablar, y si la conversación evolucionaba hasta un punto en el que necesitabas hablarle a otro con tus genitales, eso era simplemente una parte más de la conversación” (1986, p. 30). De este modo, el protagonista aprende que esta comunidad tiene un carácter pansexual, en el cual la orientación del deseo hacia un género determinado no es más que una traba en la comunicación real y profunda de las personas. De hecho, luego de experimentar un orgasmo involuntario en una “conversación”, entendió que más allá de la individualidad, la comunidad funcionaba como un organismo. Decidió entonces quedarse y aprender a “hablar”.

La Persistencia de la Visión es uno de mis cuentos favoritos, de hecho, el que determinó mi ingreso definitivo en el mundo de la ciencia ficción y la fantasía, géneros sin los cuales hoy no podría vivir. Además, su planteamiento de una comunicación total, que incluye al cuerpo y todas sus expresiones, remeció un poco mi forma de desenvolverme en el mundo, volviéndome más táctil y, por qué no decirlo, sexual, en el cotidiano.

Referencias

­­Escudero, Demián. (2006). La Persistencia de la Visión (reseña). Sitio de Ciencia Ficción (página web) http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op01052.htm (revisado 14 de diciembre 2013).

Varley, John. (1986). La Persistencia de la Visión. Editorial Hyspamerica: Madrid.

Notas



[1] En referencia a Hellen Keller, sordociega que en su adultez se convertiría en activista política. Primera persona sordociega en obtener un título universitario.

martes, 6 de mayo de 2014

hoy, en grandes hipsters de la historia:

era tan original que tenía dos manos izquierdas, ¡chúpense esa!

lunes, 5 de mayo de 2014

otra cita (un momento de nutrición intelectual-corporal)

"We only believe in those thoughts which have been conceived not in the brain but in the whole body" (W. B. Yeats)

domingo, 4 de mayo de 2014

Metamorfosis de la lectura (Román Gubern)

El juicio sobre el libro electrónico aparece sesgado entre quienes hemos crecido y nos hemos formado, intelectualmente y sentimentalmente, con el libro códice de papel, hasta crear con él una verdadera dependencia emocional. Yo figuro entre quienes creen que durante mucho tiempo coexistirán el libro en papel y el libro electrónico -el códice y el rollo coexistieron durante cuatro siglos- y que, por supuesto, las enciclopedias, anuarios, prontuarios, catálogos, índices y libros de consulta general tienen su destino natural en el ciberespacio. Pero pienso que el libro en papel, el que aprendimos a amar desde nuestra infancia, ofrece todavía algunos atractivos o ventajas que merecen ser reseñadas y cabalmente valoradas:

1) El libro electrónico se opone al fetichimos del libro como objeto sensual, es decir, como objeto táctil, visual y oloroso a la vez. Y ese fetichismo ha sido tradicionalmente un componente hedonista del placer intelectual de la lectura.

2) El libro electrónico se opone, en su condición de máquina estandarizada, al valor sentimental del libro recibido como regalo cariñoso, o dedicado con una firma por el autor o por el amigo que lo regala, o de una edición limitada para amateurs cómplices.

3) El libro electrónico se opone al libro entendido como objeto de diseño gráfico. ¿Cuántas veces hemos comprado un libro por el atractivo de su portada? Aquí reaparece el fetichismo del objeto diferenciado, en contraste con el soporte uniforme. Es cierto que las vistosas fundas de los discos de vinilo no frenaron a los menos atractivos CD, pero el culto sentimental a la discografía de vinilo todavía se resiste a morir.

4) El libro en papel nos permite ojear y hojear el texto con más comodidad e inmediatez que las que nos consiente el libro electrónico.

5) En el libro códice podemos ponderar de un vistazo lo que llevamos leído y lo que nos falta por leer. Es cierto que esta información numérica se halla también en la parte inferior o superior de la página electrónica, pero su ponderación es menos sensorial e inmediata.

6) La luz incidente permite leer una página de papel, pero una incidente intensa puede convertirse en un inconveniente para leer una página electrónica.

7) Si un libro tradicional recibe un golpe o cae al suelo no se rompe. No ocurre lo mismo con el e-book.

8) En su condición de instrumento electrónico inalámbrico, el e-book no puede utilizarse en los aviones en vuelo, lo que resulta especialmente gravoso en los viajes largos.

9) El e-book no puede leerse en la bañera y es peligroso hacerlo junto a una piscina.

10) La movilidad de la lectura electrónica depende de una batería que cuando estamos enfrascados en un episodio apasionante bajo la sombra de un árbol puede exigirnos con su impertinente pitido que apaguemos inmediatamente el e-book, so pena de quedarnos sin texto. Esto no ocurre con el libro de papel.

El arcaico libro códice multisecular y el novísimo libro electrónico han entrado en legítima competencia en nuestro denso ecosistema alfanumérico, que está regido por la ley de usos y gratificaciones de los medios, una ley que nos explica perfectamente por qué la televisión no ha aniquilado la vigencia social de la radio, pero en cambio por qué el cine sonoro provocó la extinción del cine mudo. En la distribución racional de tales usos y gratificaciones se dirimirán los territorios de vigencia propios de los que ahora percibimos a veces como dos rivales y que probablemente no sean más que dos medios complementarios en nuestro abigarrado paisaje intelectual.

Extraído de "Metamorfosis de la Lectura", de Román Gubern, páginas 121-123. 2011. Anagrama: Barcelona.

viernes, 2 de mayo de 2014