Llegó a eso de las 11:30, entrando con dificultad por el estrecho portal de la librería. Se ayudaba de una muleta, sus piernas se veían bastante flacas en comparación con la prominente barriga. De bigote bien cortado, cubría su pelada con una boina negra que le otorgaba aires de respeto. Me saludó educadamente preguntando si los libros estaban en venta. Por supuesto, le digo, pero su rostro se contrae mientras apunta su oreja izquierda con el brazo libre de muleta. Veo el aparato, infiero un grado de sordera y vuelvo a responderle, alzando la voz. Mientras mira una de las repisas de la entrada me dice que le gustaban los libros de historia. Le acerco unos de Egipto y otro sobre prehistoria, y se sonríe cuando le muestro uno sobre los cátaros. Vio el Código Da Vinci de Brown y dijo haber terminado hace poco el último del autor, El Símbolo Perdido o algo así, la masonería desde adentro. Los masones no lo deben comprar mucho, dice risueño y agrega: yo leo mucho, como estoy todo el día sentado, porque tuve 3 infartos cerebrales. Hago un gesto exagerado intentando expresar mi sorpresa y preocupación (muy diplomática y protocolar, soy un barman de los libros), ante todo para no tener que gritar tanto. Me cuenta que fue vendedor, que andaba de aquí para allá y siempre leía mientras se desplazaba por las antiguas carreteras y caminos que unían las ciudades en que trabajaba: Concepción, Santiago, Copiapó y quizás cuántas otras. Eso sí, la memoria me falla harto, perdí mucha masa muscular en las piernas, me cuesta escribir, yo antes tenía una letra re bonita, ahora lo que más hago es leer, siempre conversamos de literatura con mi kinesiólogo. ¿A usted le gusta la ciencia ficción? me pregunta. Me encanta, le respondo, a lo que contesta haber poseído muchos títulos de la colección Nebulae, aunque los amigos de sus hijos, en tiempos que éstos estudiaban en la universidad, se llevaron varios 'prestados'. En fin, los libros son para leerlos, dice mientras toma Ilusiones Perdidas de Balzac. Muy bueno, de esta colección Bruguera tengo como cuarenta títulos. Guau, le digo gritando, ¡tiene una buena biblioteca entonces! Ni tanto, como este mueble nomás, dice indicando el repisero más grande del local. Pienso en qué pasará con su herencia cuando el viejito muera, aunque luego me siento mal de hacerlo. En fin, dijo, y volvió a contarme un poco sobre El Símbolo Perdido de Brown. Me pregunta si conozco la calle San Diego, pues allá adquirió gran parte de su colección, igual que en calle Maipú, pero esa en Concepción. Acá a veces voy al mercadito. ¿Al pueblito? le pregunto. Sí, ese. Tengo un amigo ahí, pero no sabe tanto. Muchos saben de libros pero no saben de literatura, de eso es lo que hay que saber. Bueno joven, que bueno conocer este local, vendré un día con más tiempo, ya sé que se puede venir a charlar aquí. Lo esperamos, que le vaya muy bien, le dije. Mi nombre es Poblete, Tirso Poblete. Luciano, le contesté, mientras estrechaba su mano firme de viejo eléctrico. Se fue y yo pasé el resto del día gritándole a todos los clientes.
1 comentario:
que bonita historia
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