martes, 18 de marzo de 2014

Alfredo Domínguez: cuando el otro se vuelve canción

“El barreno golpe a golpe
al hombre le quita su mundo
y el fondo devuelve el eco
hecho canto moribundo”.
Alfredo Domínguez, Juan minero.

Muchas veces, se hace imposible separar al artista de su obra, pues el vínculo es tan intenso que hacerlo sería desmerecer el origen, separar lo inseparable, y fragmentar más aún este destartalado mundo. Esa consistencia está presente en Alfredo Domínguez, guitarrista y artista plástico boliviano, quien vivió en carne propia lo que sus dedos arpegiaron, lo que su corazón cantó extendiéndose a través del instrumento. Nacido en Tupiza, departamento de Potosí, experimentó en carne propia el éxodo de las familias bolivianas a la zafra jujeña -en Argentina-, y allí aprendió a tocar guitarra, a la edad de trece años. Mucho tiempo después, ganaría una beca que le permitiría viajar a Ginebra, donde su talento comenzaría a ser reconocido por quienes tienen la autoridad para decir lo que es bueno y lo que es malo en el mundo del arte. El paralelismo que su historia de reconocimiento en el exterior pueda tener con Violeta Parra no es simple casualidad, pues ambos personifican puntos de inflexión en la música folklórica-de-protesta-social en sus respectivos países. Incluso, llegaron a conocerse en la Peña Naira, donde ella lo incentivó a cantar sin miedo: “Para cantar los versos del pueblo no es necesaria una buena voz, sino sentimiento y compromiso”. Más tarde formaría parte del grupo Los Jairas, donde Gilbert Favre (también conocido como Run-Run) tocaba la quena.

En el año 1969, Domínguez publicaría la que es su obra cumbre: Vida, pasión y muerte de Juan Cutipa. Disco de marcado carácter testimonial, vislumbra parte de la realidad social y cultural de Bolivia mediante el relato de una vida particular, la vida de Juan Cutipa. Este es un indio boliviano al cual conoceremos a lo largo de las doce piezas de la obra, pero también nos enfrentaremos a una realidad cruda y dura. Son ciclos de enseñanza, ternura y dolor, y estos nos aproximan a un otro antes desconocido, del mismo modo que podría hacerlo una buena etnografía o historia de vida. 

El disco comienza con un villancico, más andino que católico. Precisamente, refiere a un sincretismo innegable, percibido a través de una guitarra de arpegios y rasgueos precisos, fuertes apagados y calmos armónicos, una muestra de técnica que cualquier guitarrista que se precie no podría desdeñar. Dominio y juego, el mástil del instrumento es recorrido diestramente, con seguridad y sutileza. Así, pasamos a la navidad rural, en que el nacimiento de cristo es recreado en una versión indígena: “Presurosos los llameros / llegaron a aquel lugar / cual si fueran los tres reyes / se pusieron a rezar”.

Luego, en un pasaje musical sobre su infancia, Juan Cutipa se desempeña como pastor y su soledad encarna en la armonía de la guitarra, que nos traslada a elevados retiros serranos, montañas inundadas de pensamientos por donde pastan ovejas y llamas junto a cielos tremendos. Es en esa infancia cuando Juan aprende a leer, y parte del animismo de la cosmovisión andina se hace presente, a pesar de estar adquiriendo un saber proveniente de la cultura hegemónica, la escritura: “El cerro al ver sus abarcas /lagrimeando está por dentro. / Qué más puede pedir, /si Juan ya sabe escribir” (viva juancito). ¿Será que la escritura, a pesar de provenir del llamado mundo occidental y su cultura homogeneizante, es algo útil que un dios tutelar es capaz de celebrar?

El disco prosigue con la procesión, acto que mediante un sincretismo instrumental ofrece al oyente imágenes de un recorrido religioso. Cabe decir que la guitarra obviamente se introdujo en los Andes Centrales de la mano de los españoles, pero renació con los indios en un bautizo musical híbrido, del cual Alfredo Domínguez da buena cuenta. En este artista hay un entrecruzamiento de saberes y voluntades que avanza, lenta y solemnemente hacia la independencia de sentido. Es luego de la procesión cuando Juan Cutipa es arrebatado de su infancia y de su hogar, convirtiéndose en juan soldado. Joven maltratado y oprimido, frente a la adversidad se refugia en su interior y decide no languidece por unos cuantos golpes: “Su teniente le castiga / y le da una bofetada. / Mentalmente él se ríe / porque no le duele nada. / Al Juan dentro e' lo suyo / nadie le grita ni humilla, / todo esto es tan cierto / que hasta parece mentira”. La canción finaliza con la transformación de Juan, pues el servicio militar le ofrece la oportunidad de convertirse "en un civil", con lo cual puede navegar entre los mundos culturales y geográficos, mucho más allá de lo que se le permitiera anteriormente.

Como ya se mencionó, gran parte de los pasajes del disco hacen referencia directa a la vida personal de Alfredo Domínguez, quien en su juventud emigró al norte de argentina a trabajar la zafra, hecho representado en éxodo: “Gentes coyas de todo lugar / van camino a un cañaveral / la frontera cruzando están / cada uno pensativo va /…/ Trabajo trabajo / no existe el jornal / que duro el engaño / eso es explotar”. 

Por su parte, el zapateo es una danza cuyo simbolismo escapa a mis conocimientos reales e imaginados, pero introduce la nueva etapa vital de Cutipa, viviendo junto a su esposa y agobiado por el trabajo, pero con añoranza de tiempos de mayor ligereza, antes de internarse en las profundidades de la tierra a trabajar. Ante este hecho se nos proporciona algo de la visión de la esposa: “Un pedazo de su tierra / gira adentro e' su mente / del marido que ya pronto / verá el suelo que siente”. Así comienza el trabajo en la mina, y la rueda se encarga, a través de golpes y armónicos en la guitarra, de representar el trabajo dentro de la misma: ordenado y monótono, duro y oscuro. Lamentablemente, el jornal mengua la vida de Juan minero, envolviéndolo en una espiral de penurias que sólo puede terminar en la muerte: “La roca ya quedó blanda / pero el vigor va cediendo. / Juan ya vive horas extras, / un sueño lo va envolviendo. / Juan Cutipa se está muriendo”.

La obra finaliza con la muerte del indio, instrumental lleno de sutileza que lentamente nos ciñe en las sombras. Mediante un trémolo guitarrístico que pareciera surgir de las entrañas de una tierra agónica, Alfredo Domínguez concluye el relato, potente en su carácter de tragedia moderna. Recomiendo la escucha atenta de este disco, muestra inigualable de la gran capacidad músico-narrativa de este eximio guitarrista andino, quien nos proporciona la oportunidad de conocer a un otro, que en este caso es un arquetipo epocal del indígena boliviano, pero también es él mismo, su historia y la de muchos hombres y mujeres entramados en la vida contemporánea. Sin esencialismos, con creatividad e hibridación, va esta joya:


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